Sabía que aquel no iba a ser un buen día. Que diablos. Tampoco habían sido buenos los 363 que le precedían. No se podía decir que ese hubiera sido un buen año. A veces, la compañía de un amigo es más que suficiente para olvidarlo todo, pero cuando ese amigo falta, todo se viene abajo. Y más, si ese amigo se llama Jack Daniels y rueda vacío bajo la mesa del comedor.
No hay cosa más patética que regodearse en las miserias de uno mismo. Bonita manera de ponerles remedio. Sin embargo, no es solo el hombre un animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, sino que es también uno con una capacidad innata para regodearse en sus propias desgracias. Si no es así, no se entiende de otra manera.
Hoy era uno de esos días. ¿Y cual no lo era?. En ese momento me encontraba sobre mis rodillas, alargando la mano debajo del sofá en busca de un botellín de ginebra que me había agenciado en uno de mis múltiples vuelos transoceanicos, de manos de alguna azafata de buen ver y corta falda. Juraría que lo había visto por ultima vez allí debajo, aunque había pasado ya tanto tiempo que hasta era posible que las ratas del apartamento pudieran haberselo llevado para celebrar algún sarao nocturno en honor al dios del queso. Repito, me encontraba yo en tan indecorosa postura cuando llamaron a la puerta. Era un maldito vendedor a domicilio.
- Buenas tardes. Le traigo un producto único y sin competencia, que estoy seguro será de su grato interés…
- Te equivocas de maruja, polluelo. Ahueca el ala, que estoy muy ocupado.
- Déjeme explicarme, por favor. Lo que yo le ofrezco no lo encontrará en el catalogo de ningún establecimiento. Es una exclusiva única y original que podría cambiar su…
¿Qué podía hacer? O escuchaba su verborrea incansable durante unos minutos o le mataba allí mismo. Aquel tipo era más molesto que un maldito guijarro en un plato de lentejas.
- Habla. Tienes un minuto. Después aplastare la puerta contra tus narices.
- ¡Gracias! ¿Y si le digo que le ofrezco la oportunidad de regresar al pasado?
- …
- ¿Se imagina? Regresar hasta épocas mejores. Buscar aquellos momentos de máxima felicidad y retenerlos para siempre, corrigiendo los errores que le convirtieron en quien hoy es. Quien sabe, el amor de su juventud, aquellas oportunidades que dejó pasar por cobardía, ignorancia o desprecio. Aun se encuentra a tiempo, caballero…
La exposición de aquel sujeto me dejó atónito. ¿Sería posible volver atrás en el tiempo, como cuando se atrasan las manillas de un reloj, con esa misma facilidad? ¿Y si lo hiciera? ¿podría regresar junto a ella? El amor de mi vida. Éramos la pareja más feliz del mundo hasta el día en el que apareció aquel cabrón, aquel maldito tipo encorbatado, aquel bastardo vendedor ofreciendo su maravillosa mercancía puerta por puerta…
- Largo.
- ¿Cómo dice?
Blam! Le cerré la puerta en las narices. Que no diga que no se lo había advertido. El tipo corría como alma que lleva el diablo. Uno de sus folletos quedó dentro de mi apartamento, sobre la moqueta. Sabía que podía serme útil. Lo agarré e hice un cilindro con él. De rodillas de nuevo, con mi brazo extendido bajo el sofá, y gracias al maravilloso prospecto que me permitía regresar al pasado alcancé el botellín de ginebra. Lo engullí de un trago y me quedé adormecido sobre la alfombra, pensando, recordando aquellos dulces momentos. Sí, allí estaba yo de nuevo, junto a ella, abrazados bajo las sabanas, acurrucandonos del frío del invierno. Posiblemente, a la mañana siguiente todo seguiría igual, pero en ese instante quizá pude recordar qué significaba ser feliz, después de todo.
FÍN