lunes, marzo 17, 2008

Historias Bizarras nº 6

Una noche, estaba a punto de dormirme, cuando a los pies de mi cama apareció ella. Al principio pensé que fuese una ensoñación propia del cansancio que llevaba acumulado. Pero no. Justo delante de mi, una descomunal rana de ojos saltones me miraba fijamente, de manera casi hipnotica. De repente, habló:

- Hola, soy una rana.

Dime algo que no sepa, pensé inmediatamente.

- No me mires así, hombre. Dijo ella. Soy una rana guay. Soy un emisario del futuro enviado por ti mismo dentro de 80.000 millones de años. Te haré rico y tu me acariciarás la pancha como toda recompensa.

No lo acabé de ver claro. Ya de pequeño me advirtieron que no me fiara de las ranas que hablan. El hecho es que me equivocaba. Quiniela tras quiniela, cupón de los ciegos tras cupón, no paraba de acumular fortuna. Hasta me compré unos cajones con ruedas de esos del Ikea para poder guardar los billetes debajo de la cama.

Un día, descubrí que me había engañado. Embriagado por la alegría besé al batracio y este se convirtió en un principe con más rabo que un semental pura sangre.

- ¿Pero esto que es, ranita?
- Pues ya lo ves, soy un pedazo de tío. Besame, besame ahora.

No se como, volví a besar al anfibio, ahora convertido en un efebo peludo, y se transformó de nuevo en rana de ojos saltones. Mucho mejor así. Sea como fuere, terminé casandome con la rana y viviendo juntos en un palacete del barrio de Pedralbes. Tuvimos un hijo, al que llamamos Gustavo, pero eso es ya otra historia.